3/9 – Liderarme

“Tu vida no será mejor que los planes que hagas y las acciones que tomes. Eres el arquitecto y el constructor de tu propia vida, fortuna y destino”. Alfred A. Montapert

¿Estás asumiendo tu responsabilidad? ¿Terminás lo que comenzás?


Nos construimos con cada acción, con cada decisión, somos la causa y los efectos se ven reflejados en nuestro presente y en nuestro futuro. Tomar plena consciencia de esto nos lleva a asumir la responsabilidad de ser protagonistas de nuestro desarrollo personal y laboral, de liderarnos para alcanzar nuestros objetivos. Ser líder, en parte, implica hacerse cargo de que cada tarea comenzada debe ser finalizada o resuelta. El autoconocimiento es el paso inicial para poder liderarnos, y en este proceso que muchas veces necesita un cambio o transformación personal, obtenemos información clave para poder gestionar de la mejor manera nuestras fortalezas y debilidades. Trabajamos el hacer desde el ser, por eso la responsabilidad que acompaña al liderazgo es primero con nosotros mismos. En cierto sentido convive y funciona un equipo dentro de nosotros mismos que debemos administrar, con componentes positivos, negativos, neutros y cambiantes, así de dinámico porque los seres humanos somos seres emocionales. “Muchas veces quisiéramos creer que los seres humanos tomamos decisiones al haber considerado toda la información posible y relevante, ajustado el valor que le damos a cada una de nuestras opciones en función de las particularidades del contexto y las necesidades del futuro. Sin embargo, la evidencia que nos aportan las neurociencias nos indica que esto casi nunca es así. Decidimos la mayor parte del tiempo en forma rápida, automática, instintiva, no consciente, emocional y sin esfuerzo”, señala Facundo Manes, reconocido neurocientífico argentino, quien además destaca que el avance en el conocimiento del cerebro y su funcionamiento ha sido enorme, fundamentalmente, en los últimos años. (Manes, 2016) Por lo que es fácil deducir que sus aportes aún no han sido aprovechados, salvo en escasas excepciones, ni por los planes educativos en sus diversos niveles, ni por la oferta de formación profesional. Por eso, es fundamental destacar la necesidad urgente de dotar a los modelos y programas educativos de la agilidad y el dinamismo que demandan los tiempos actuales, y un futuro que está a la vuelta de la esquina. De repente y sorprendiéndonos a todos, una pandemia cambió nuestros hábitos y modificó las rutinas laborales que teníamos, poniendo a prueba la capacidad que tenemos para cumplir con nuestra responsabilidad, con nuestro rol profesional, en un contexto cambiante, con múltiples dificultades nuevas a superar. Qué importante hubiera sido saber más sobre el impacto de nuestras emociones y contar con más herramientas para poder liderarnos de forma más eficiente. El futuro nos desafiará continuamente a adaptarnos a situaciones disruptivas, no solo por enfermedades, como en este caso, o por situaciones naturales complejas, sino también, por ejemplo, por el avance de la tecnología y sus cambios cada vez más acelerados en el mundo del trabajo y de la actividad profesional. Conocernos y saber liderarnos es y será vital. Por eso, es importante aprender a gestionar nuestras emociones. Hacerlo implica mucho esfuerzo, pero es fundamental para encarar procesos de transformación real y no “parches” solo útiles momentáneamente. Las emociones nos brindan muchísima información sobre nosotros mismos, por eso debemos identificarlas, etiquetarlas, aceptarlas y gestionarlas. Si nos comprometemos sinceramente desde nuestro ser con un proceso de cambio y de mejora personal tendremos gran parte del camino recorrido. Que desde luego requerirá un trabajo diario que nos acompañará toda la vida, porque se aprende haciendo y repitiendo. Ser tu propio líder implica tomar decisiones, en principio elegir quién querés ser. Y aunque no puedas serlo inmediatamente, comenzar a buscarlo de manera constante. El verdadero obstáculo no es no saber determinada disciplina, sino poder reconocerlo, aceptarlo y comprometernos por comenzar a estudiarla o aprenderla, si realmente nos interesa hacerlo. Por otro lado, en un contexto de liderazgo de equipo, una persona que se lidera a sí misma de forma efectiva ejercerá a la vez un liderazgo sano, al comprender que liderar no se resume simplemente a dar órdenes, sino que es asumir una gran responsabilidad con un resultado u objetivo que implica a la vez a un equipo de personas. De esta manera el líder trabaja para que cada miembro del equipo sea a la vez su propio líder al comprometerse con un objetivo. Así, el liderazgo es dinámico y se mueve junto a las responsabilidades a lo largo de los procesos. En definitiva siempre habrá un líder cuya responsabilidad sea definir con claridad el propósito a alcanzar y la forma de hacerlo, pero esta forma será también abierta a los aportes del resto del equipo, que desde su liderazgo personal, cada uno deberá responsabilizarse del trabajo que le corresponda y empujar con el mismo fin aportando propuestas constructivas. Como responsable final, le toca al líder ejercitar su capacidad de escucha, descifrar a su interlocutor y ponerse en su lugar. Evitar las respuestas y las reacciones automáticas que nos proponen nuestras emociones y, en ocasiones, utilizar la “regla del silencio incómodo” (Bariso, 2020), que propone el consultor Justin Bariso, y que tan buenos resultados le ha dado a emprendedores exitosos como Jeff Bezos, Tim Cook y el propio Steve Jobs. La misma consiste en que cuando surge un conflicto o una pregunta desafiante no se debe responder de forma inmediata, salvo que el contexto sea de urgencia, desde luego. Por el contrario, esta regla propone tomarse unos segundos en silencio, como herramienta para equilibrar el pensamiento y la emoción, en vez de reaccionar rápidamente impulsados solo por los sentimientos, lo que no significa que no los tengamos en cuenta. Ser líder implica ser +Responsable, primero con nuestro compromiso personal, y luego asumiendo que para liderar un equipo deberemos tomar decisiones continuamente, siempre enfocadas en el logro de los objetivos planteados. El resultado de nuestra efectividad para tomar las mejores opciones, equivocándonos lo menos posible y en el caso de hacerlo aprendiendo de estos errores, tendrá impacto en nuestro bienestar y en el de quienes comparten nuestra tarea. Serán finalmente los resultados los que hablen de nuestro desempeño.