“La ironía del compromiso es que es profundamente liberador en el trabajo, en el juego y en el amor”. (Anne Morriss)
¿Cuándo te comprometes con un trabajo, hasta qué punto lo estás? ¿Desde dónde lo haces y cuando lo estás, el compromiso es también para tu vida?
El proceso de integrar de forma armoniosa el trabajo en nuestras vidas nos lleva, indudablemente, a reflexionar sobre algunos conceptos clave del mundo laboral. En este sentido, el compromiso siempre ha sido, y lo sigue siendo, un valor fundamental. Cuando nos comprometemos aceptamos una responsabilidad. La misma se relaciona con el deber de realizar una tarea o alcanzar un objetivo que nos ha sido asignado por alguna autoridad o por un proceso previamente establecido. Es decir que el hecho de realizar dicha tarea nos permite cumplir efectivamente con nuestra responsabilidad, lo que, sin embargo, no significa necesariamente que hayamos comprendido cuál es el aporte de nuestro trabajo a los objetivos trazados por quien nos contrate, ni las consecuencias o efectos que finalmente tiene nuestro accionar. Bajo este esquema somos solamente un engranaje, un eslabón aislado que cumple con su función sin comprender las consecuencias ni la trascendencia de sus acciones. Una visión alienante del trabajo, como la de aquel Charles Chaplin de “Tiempos Modernos” que luchaba por llegar a ajustar las tuercas, en una línea de producción que cada vez le exigía más velocidad. Los tiempos han cambiado y seguirán cambiando de forma cada vez más acelerada, de hecho, en el presente, el personaje de Chaplin seguramente habría perdido ese trabajo al ser reemplazado por una innovación tecnológica. El mundo laboral evoluciona y demanda, cada vez más, nuestras denominadas “habilidades blandas”, nuestra creatividad, nuestro compromiso y todas aquellas virtudes que no pueden ser sustituidas por ninguna máquina ni sistema informático. En sintonía con estos nuevos tiempos y ante la necesidad de definir un concepto superador de la responsabilidad laboral, más vinculado con el compromiso, se tomó el término “accountability”, una antigua palabra inglesa que originalmente hacía referencia a “rendir cuentas” y que actualmente se resignificó como “El hecho de ser responsable de lo que haces y poder dar una razón satisfactoria para ello, o el grado en que esto sucede”, tal como la define el diccionario Cambridge. De esta forma, hoy en día, accountability contiene los conceptos de Compromiso, Proactividad y Responsabilidad. El cambio de enfoque es superador. Principalmente porque mientras que el origen de la responsabilidad es la autoridad asignada, accountability surge de la responsabilidad aceptada. Ya no soy un simple engranaje, sino que a la vez que me responsabilizo de mi tarea, me comprometo haciéndola propia y siendo consciente de mi rol en una organización o proceso. Me siento responsable con los resultados que genera mi acción y puedo proponer iniciativas de mejora, porque como protagonista de mi trabajo soy consciente también del valor que tienen mi experiencia y sabiduría acumulada. Es curioso comprobar cómo el conocimiento evoluciona a lo largo de la historia. Resulta claro que la importancia del vínculo de las personas con el trabajo ha ocupado a la humanidad desde siempre. La cultura japonesa es, sin duda, pionera y un excelente ejemplo de la búsqueda del hombre por alcanzar la realización personal con el éxito laboral, como factor fundamental. Ya desde los años 794 y 1185, los japoneses sentaron las raíces filosóficas de muchas de las metodologías empresarias que se popularizaron en occidente recién a mediados del siglo XX, siendo la más famosa Kaizen (mejora continua), que dio origen al “toyotismo” y a la metodología lean six sigma, cosechando excelentes resultados en muchas empresas líderes. También por aquellos lejanos años surgió, en la isla de Okinawa, la filosofía Ikigai, que se centra precisamente en conseguir que el trabajo sea una aportación valiosa en la vida de las personas. Esta filosofía se basa en encontrar “tu razón de ser”, encontrar una motivación vital, una misión, algo que brinde impulso para seguir adelante con fuerza aun ante un presente difícil. Para esta filosofía no es posible alcanzar el bienestar personal, o la autorrealización, de forma individualista, sino que el compromiso con el entorno y con un rol es fundamental. Así como también está muy ligada a la acción, debido a que esa razón de ser que nos motiva nos compromete a ejercer una labor durante toda la vida; de hecho, no hay una palabra en japonés que signifique jubilarse con el significado exacto de “retirarse para siempre”, como tenemos en occidente. Todo emprendedor o persona comprometida con sus metas valora la importancia de los resultados dado que, si de alguna manera no somos resultadistas, difícilmente podamos comprender si estamos, o no, en la senda que hemos elegido o aceptado transitar para lograr un determinado objetivo. Y si hablamos de resultados, la isla de Okinawa es considerada por los científicos como la primera de las cinco “zonas azules” del mundo, que son regiones donde se registran los mayores índices de longevidad. Y tanto en la isla japonesa como en las otras cuatro zonas azules, uno de los denominadores comunes que han encontrado los investigadores, es que sus habitantes están comprometidos con “un propósito en la vida”, y la mayoría de estos adultos mayores gozan de buena salud y continúan desarrollando sus trabajos y actividades con felicidad. Y tampoco debe ser casual que Japón, siendo un país compuesto por islas con muchísimas limitaciones geográficas y pocos recursos naturales, sea desde hace muchos años la tercera potencia económica mundial. El compromiso es con nosotros mismos en primer lugar y se relaciona con el autoconocimiento, porque para poder hacer antes debemos querer hacerlo, tal como reza la filosofía nipona: “Bien ser, bien hacer, bien estar y bien tener”.