
Vivimos tiempos dinámicos, en constante evolución, donde las reglas de juego cambian continuamente. La capacidad de adaptación es una habilidad clave para seguir en competencia. En ese sentido, el mercado laboral presenta nuevas exigencias para ser parte y poder desarrollarse de forma exitosa. La agilidad surge como respuesta para que los trabajadores puedan adaptarse.
Si buscamos una definición, el diccionario precisa que ser ágil es “alguien o algo capaz de moverse con soltura o facilidad”. En el mercado laboral, los trabajadores se enfrentan a mercados cambiantes, donde los consumidores se ubican en el centro de la escena y a través de su demanda hoy son quienes definen el rumbo a seguir.
En este contexto, la agilidad, entendida como la capacidad de adaptación ante las exigencias de los clientes, representa una herramienta vital de transformación personal. Porque precisamente ser ágiles demanda un cambio de visión desde lo individual, despegarnos de lo que nosotros creemos que quiere el mercado para agudizar nuestra capacidad de escucha y ser permeables a las señales que este nos ofrece.
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De esta forma, las nuevas ideas o propuestas aparecen a partir de las necesidades percibidas de los clientes. Todo un desafío para el liderazgo personal, que exige correrse del centro de la escena con predisposición y compromiso, en pos de generar una experiencia de usuario o percepción satisfactoria, que les permita a los trabajadores ser elegidos teniendo en cuenta la alta competitividad dentro del mercado laboral.
Ágil no es veloz
Ser ágil es entonces tener la capacidad de moverse para adaptarse. En un contexto donde el movimiento es vital para encontrar el equilibrio entre lo que el mercado busca y la propuesta de valor que se ofrece. En este punto, es importante diferenciar velocidad de agilidad. Esta última tiene más relación con lograr el movimiento exacto, en busca de precisión más que de inmediatez. Ser ágil no significa ser más veloz, sino estar más atentos a las necesidades del mercado con el fin de aportar valor.
Como verdaderos acróbatas laborales, el movimiento que aportar valor. En los equipos de trabajo ágiles, los roles de sus miembros están claramente definidos para transmitir de forma precisa las demandas percibidas de los clientes a lo largo de todo el proceso de diseño de la propuesta de valor. De esta forma el rol principal lo ejerce quien toma contacto directo con las demandas y necesidades del mercado laboral.
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Por otro lado, la metodología tradicional, que es la que prioriza los procesos establecidos, convive con la metodología ágil, es la clave del equilibrio. Así, mediante pasos precisos y acomodando los brazos de acuerdo a cada cambio percibido en el entorno, en el girar de los platos sostenidos por finas varillas, en el soplido del viento e incluso ante las exclamaciones del público, los artistas logran mantener cautivada a su audiencia. Profundamente enfocados en su objetivo y conscientes de que la quietud solo haría desmoronar el espectáculo. En este caso, lo que se busca es brindar una función atractiva, que es lo mismo porque ambas son complementarias y se necesitan mutuamente. Como en todo desarrollo evolutivo, inevitablemente se generarán fricciones hasta alcanzar ese equilibrio en el que las virtudes que ambas contienen se alineen hacia un objetivo en común: aportar valor.
Finalmente, ser más adaptativo nos brinda mejores opciones y nos acerca a construir mayores oportunidades.
Artículo publicado originalmente el 14 de Septiembre de 2021 en El Economista.